lunes, 18 de marzo de 2013

V Domingo de Cuaresma - C

Posteo la reflexión de Papa Francisco del primer Angelus que reza en el primer Domingo de su Pontificado.
Ev. Jn 8, 1-11

¡Hermanos y hermanas, buen día!
¡Después del primer encuentro del miércoles pasado, hoy puedo dirigirles de nuevo mi saludo a todos! Me siento feliz de hacerlo en domingo, ¡en el día del Señor! Esto es hermoso, es importante para nosotros cristianos: encontrarnos en domingo, saludarnos, hablarnos, como aquí ahora en la plaza. Una plaza que gracias a los media, tiene la dimensión del mundo.
En este quinto Domingo de Cuaresma, el Evangelio nos presenta el episodio de la mujer adúltera (cf Jn 8, 1-11), que Jesús salva de la condena de muerte. Impresiona la actitud de Jesús, no escuchamos palabras de desprecio, no escuchamos palabras de condena, sino sólo palabras de amor, de misericordia, que invitan a la conversión. “Yo tampoco te condeno: ve y de ahora en adelante no peques más” (v. 11).
Eh!, hermanos y hermanas, el rostro de Dios es el de un padre misericordioso, que siempre tiene paciencia. ¿Han pensado ustedes en la paciencia de Dios? ¿la paciencia que él tiene con cada uno de nosotros? Esa es su misericordia. Siempre tiene paciencia, paciencia con nosotros, nos comprende, nos escucha, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver a él con el corazón contrito. “Grande es la misericordia del Señor”, dice el Salmo.
En estos días he podido leer un libro de un Cardenal –el Cardenal Kasper, un teólogo lúcido, un buen teólogo- sobre la misericordia. Y me ha hecho tanto bien aquel libro, pero ¡no crean que hago publicidad a los libros de mis cardenales! (dice riéndose). ¡No es así! Pero me ha hecho tanto bien, tanto bien… El Cardenal Kasper decía que escuchar misericordia, esta palabra cambia todo. Es lo mejor que podemos escuchar: cambia el mundo. Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo. Tenemos necesidad de comprender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso que tiene tanta paciencia… Recordemos el profeta Isaías, que afirma que aunque si nuestros pecados fuesen rojos escarlata, el amor de Dios los volverá blancos como la nieve. ¡Es hermoso, esto de la misericordia! Recuerdo, recién Obispo, en el año 1992, había llegado a Buenos Aires la Señora de Fátima y se hizo una gran Misa por los enfermos. Fui a confesar, en aquella Misa. Y casi al final de la Misa me levanto, porque debía administrar una confirmación. Viene a mí una mujer anciana, humilde, muy humilde, más de ochenta años. La miré y le dije: “¿Abuela –porque allí nosotros decimos así a las ancianas: abuela- usted quiere confesarse?”. “Sí”, me dijo. “Pero si usted no ha pecado…”. Y ella me dijo: “Todos hemos pecado…”. “Pero tal vez el Señor no los perdona…”. “El Señor perdona todo”, me dijo: segura. “Pero ¿cómo lo sabe, usted, señora?”. “Si el Señor no perdonase todo, el mundo no existiría”. Sentí ganas de preguntarle: “¿Dígame, señora, usted ha estudiado en la Gregoriana?”, porque esta es la sabiduría que da el Espíritu Santo: la sabiduría interior sobre la misericordia de Dios. No olvidemos esta palabra: Dios nunca se cansa de perdonarnos. ¡Pero! “Eh, padre, ¿cuál es el problema?”. Eh, el problema es que nosotros nos cansamos de pedir perdón, nosotros no queremos, nos cansamos de pedir perdón. Él nunca se cansa de perdonar, pero nosotros, a veces, nos cansamos de pedir perdón. ¡No nos cansemos más, no nos cansemos más! Él es el Padre amoroso que siempre perdona, que tiene aquel corazón de misericordia por todos nosotros. Y también nosotros aprendemos a ser misericordiosos con todos. Invoquemos la intercesión de la Señora que ha tenido entre sus brazos a la Misericordia hecha hombre.
Ahora todos juntos rezamos el Angelus
(Rezamos el Angelus)
Dirijo un cordial saludo a todos los peregrinos. Gracias por vuestra acogida y por vuestras oraciones. Recen por mí, se los pido. Renuevo mi abrazo a los fieles de Roma y lo extiendo a todos ustedes, que vienen de varias partes de Italia y del mundo, como asimismo a cuantos están unidos a nosotros a través de los medios de comunicación. He elegido el nombre del Patrón de Italia, San Francisco de Asís, y esto refuerza mi vinculación espiritual con esta tierra, donde –como saben- están los orígenes de mi familia. Pero Jesús nos ha llamado a formar parte de una nueva familia: su Iglesia, en esta familia de Dios, caminando juntos sobre el camino del Evangelio.
¡Que el Señor los bendiga!
¡Que la Señora los cuide!!
No olviden esto: ¡el Señor nunca se cansa de perdonar! Somos nosotros que nos cansamos de pedir el perdón.
¡Buen domingo y buen almuerzo!

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